La Creadora


Y juntó unas vendas blancas, muy blancas, las cosió en forma de brazos y piernas; en forma de rostro y espalda, no le puso estómago ni cabeza. Cortó de su cabellera mil cuatrocientas hebras bruñidas y las costuró detrás de la cara y en la entrepierna. Le abrió los ojos, no la mirada. Le pintó la boca, no las palabras. Le puso de nombre Fátima.
-Ella se ha de sentir feliz con una muñeca tan dócil- pensó... y dejó a Fátima durmiendo (no soñando) sobre su cama para que Ella antes de dormir (porque tampoco sueña), cuando se acerque a darle las buenas noches, encuentre en su lugar a Fátima y la bautice como suya.
Aquella noche, La Creadora se había transformado en una muñeca, Ella fue feliz. La Creadora, fue libre al fin.

lucía

domingo, 13 de septiembre de 2009

Benedetto Croce - Fragmento


El pasado nunca pasa por completo en la vida de los pueblos y es por eso que victorias o derrotas lejanas, retos asumidos o evitados, siguen moldeando el presente, abriendo o cerrando determinadas posibilidades evolutivas; también los nudos de opciones que en el presente necesitan desatarse suponen a menudo disyuntivas éticas y opciones políticas que muchas otras veces se presentaron en el pasado. De ahí que en la historia se encuentre el mejor inventario de las posibles (pero nunca todas) alternativas del presente.

viernes, 22 de febrero de 2008

domingo, 20 de enero de 2008

cuento: Un vaso de agua para Teseo y Ariana

Un vaso de agua. La puerta entre abierta, zapatos con tierra. Vino anoche.
Ya en mi dormitorio, se sentó cerca del velador, con una mano en la lámpara apagada y la otra cerquita de mi seno izquierdo, moviéndose despacito con mi respiración entrecortada por los latidos agitados de su corazón... Con el trajecito azul, el del clavel en el ojal, ese que se puso el día que se casó.
Cuando lo vi parecía una estampilla, una foto, sentí el deseo de casarme con él de nuevo... Desperté. Volví a verlo, entrando con el maletín en la mano, lo dejó apoyado en el velador. Encendió la lámpara y con la otra mano despejó bruscamente las sábanas casi apoyadas en mi seno izquierdo... entró a la cama a dormir.
Parecía un animal grasoso que se ahogaba de a poco carraspeando flemas verdes en la almohada. Entonces quise no estar casada con él.
Recostada a 10 centímetros de su cuerpo sobre la cama escuché su respiración intensa hasta las tres de la mañana y lo miré así dormido, prisionero de su sueño, con su pesadez hundiendo el colchón y el cuerpo lleno de esa tibieza intolerante que te recuerda su presencia a diez centímetros de ti, cada dos segundos que respira. Lo suficientemente cerca como para ignorarlo.
Estiré la mano, quise apagar la lámpara que él dejó encendida, calculé mal mis movimientos y el vaso de agua que estaba sobre el velador, cayó despejando todo silencio al llegar al suelo. Él... se movió un poquito... no despertó. El agua del vaso se extendió sobre el piso dibujando en la madera una mancha, con ese vaso de agua yo iba a despertarlo al día siguiente.
Me levanté a recoger el vidrio esparcido por el piso, pero al hacerlo vi entre abierta la puerta del ropero. Dentro encontré el trajecito azul, empolvado y con el clavel ya marchito. Vi mi vestido de astromelias celestes, hace tiempo picado por las polillas y ahora amarillento. Encontré frente a la cama, colgado en la pared, un marco purpúreo que parecía contener una foto olvidada y carcomida por el polvo... un antiguo matrimonio de dos personas que hoy ya no se conocen. Entonces, tomé mi parte, lo que quedaba del vestido, mi almohada, mis zapatos azules y la mitad de la foto, le dejé el vaso desquebrajado sobre el piso y la mancha de agua que cada vez se hacía más oscura, más guinda, más sangre.
Mañana yo no regresaré a despertarlo y él... bueno, él tal vez duerma eternamente.
lucía.

martes, 8 de enero de 2008



Caminando en el campo de la flor de la cebolla ¿Alguién sigue?

los hilos negros

los hilos negros
de la ciudad blanca